divendres, 29 d’abril del 2016

Educación y poderes fácticos: empeorando lo empeorable



El ministro del ramo acaba de liquidar la reválida que preveía la LOMCE, con motivo del «acuerdo» al que ha llegado con los rectores de las universidades. Y todos contentos: si sale con barba, San Antón, y si no, La Purísima Concepción. A primera vista, y dentro de la opacidad de la noticia, que tampoco es que diga mucho, hay alguna razón para alegrarse, y otras para, con franqueza, deprimirse hasta la exasperación.

Que la LOMCE es un truño es algo de duda. Y que ha generado animadversión casi universal, también. Sólo que por razones muy dispares, y hasta contrapuestas, a poco que reparemos en la variopinta amalgama de argumentos aducidos por sus detractores. En mi opinión, y como ya he dicho en otras ocasiones, frustró con creces las (escasas) expectativas que en algún momento pudo suscitar, al renunciar desde un buen principio al bachillerato de tres años que incluía en su programa electoral el partido que ha gobernado con mayoría absoluta estos últimos cuatro años.

Por lo demás, esta ley sólo tenía, a mi parecer, dos aspectos positivos que, aun remotamente, invitaban a una cierta esperanza: el establecimiento de una prueba externa, o reválida, al final del bachillerato –también al final de la ESO-, y la FP básica, entendida como un remedo de itinerarios académicos en la segunda etapa de la enseñanza obligatoria.  En ambos casos con graves deficiencias, tanto conceptuales como de concreción. Plantear una reválida enteramente con pruebas de tipo test para todas las materias es poco menos que aberrante –esto no es «saber y ganar»-. Y por lo que refiere a la FP básica, de poco iba a servir si antes no se ponía remedio al resto de la Formación Profesional. En cualquier caso, ambas medidas fueron quedando progresivamente diluidas en el totum revolutum del galimatías político-educativo endémico por estos pagos. La puntilla a la Reválida se la acaban de dar con la noticia reseñada al principio del post.

¿Qué tiene de bueno? Simplemente, que no será un examen tipo test, lo cual nos ahorra un bochorno… y poco más.

¿Y de malo? Pues que va a ser una selectividad rebautizada. Y para este viaje no hacían falta alforjas. Los contenidos del examen se fijarán como se fijaban hasta ahora los de la selectividad, las pruebas se celebrarán en espacios universitarios –también como hasta ahora- y serán corregidos, como hasta ahora, por profesores universitarios y de instituto. ¡Ah! Se me olvidaba, una cosa más: a diferencia de «como hasta ahora», la obtención del título de bachillerato requerirá haber superado esta prueba realizada en la universidad y corregida –si así te toca en suerte- por profesores universitarios. Así, es de suponer, los alumnos que acaben el bachillerato y deseen cursar algún ciclo formativo de grado superior, si no aprueban la nueva selectividad controlada por la universidad, no podrán realizarlo. Y lo más esperpéntico: ¿Qué pintan los profesores de universidad corrigiendo un examen que tiene por nombre «Prueba General de Bachillerato?

Lo dicho, empeorando todo lo humanamente empeorable. Y es que los poderes fácticos son los poderes fácticos.

dimarts, 26 d’abril del 2016

Contra Visconti o la poesía como pretexto







Nos dijo Hegel que la lechuza de Minerva emprende el vuelo al atardecer, en el ocaso, desplegando el gris sobre el gris. Por esto la filosofía siempre llega tarde. El ser al que accede por entonces ya ha sido, yace inerte e inaccesible. Como el relato que por el hecho de serlo ha transcurrido ya. Y así como la reflexión es acción demorada, la narrativa sobre ella consiste en retomarla cuando ya ha quedado atrás. La precuela y la secuela; en medio, lo irreductible.

El artículo completo, en catalunyavanguarditsta: aquí



dilluns, 25 d’abril del 2016

25 de Abril, la revolución de los claveles



El 25 de abril será siempre el día de la revolución portuguesa, la revolución de los claveles, la revolución de los capitanes… La señal era la transmisión por la radio de una canción: Grândola, Vila morena, que desde entonces se asocia a este día y a los hechos que en él sucedieron. Cuando sonara, significaba que la radio estaba tomada y se ponía en marcha el dispositivo para derrocar al gobierno dictatorial. Y sonó.

Había estado en Portugal poco antes, de niño. Sería por el setenta y uno o el setenta y dos. Recuerdo la miseria y paupérrimas condiciones de vida. Una imagen, en una playa, y con un mar nada apacible, con las mujeres y los bueyes arrastrando hacia dentro una barca de pesca a remos, cuya imagen se me antoja como una góndola de catorce o quince metros de eslora…

Portugal era por entonces un país con apenas unos nueve millones de habitantes, en manos de una oligarquía compuesta por unas cuantas familias, que mantenía un ejército permanente de más de seiscientos mil hombres, una guerra ruinosa desde hacía años en las colonias africanas que luchaban por su independencia –Angola, Mozambique, Guinea…-. No se veían jóvenes por las calles… Estaban pegando tiros en el África. Atávico como era el país, y reaccionariamente ciego su gobierno, se mantenía un cierto cupo que permitía a los ricos librarse del oneroso honor de servir a la patria. No era pago directo, o sí. Se trataba de comprar a precio de orillo el carnet de marino mercante, aunque luego no se subiera uno ni a un colchón de playa, con el cual se eximía del servicio militar.

Fueron los propios militares portugueses quienes acabaron con la dictadura. Y esto merece un comentario aparte. En condiciones normales, un país con la población de Portugal hubiera tenido un ejército permanente de, a lo sumo, cien mil hombres. Seiscientos mil lo situaba prácticamente al límite de la capacidad de movilización. Pero un ejército es una estructura jerárquica piramidal: a más soldados, se requieren más sargentos, más capitanes, más coroneles y más generales.

Como en la mayoría de países oligárquicos, la estructura de la oficialidad era cerrada y reservada a castas familiares relacionadas con la oligarquía. Y no daban para cubrir la oficialidad requerida en un ejército de más de medio millón de hombres. Hubo que recurrir, por tanto, a oficiales de complemento: universitarios y gente con estudios, para que ocuparan plazas de oficiales. Gente con una mentalidad muy alejada de la contumaz reciedumbre propia de la casta militar portuguesa de siempre. Llegaron a ser mayoría, y hasta alcanzaron a «contaminar» a algunos de los de siempre. Y decidieron hacer la revolución. Mientras tanto, aquí seguíamos con el piyayo.

No se les reconoció demasiado; la mayoría fueron relegados al olvido. Hicieron buenas también aquellas frases de la canción de Lluís Llach. Sirvan hoy, desde aquí, como homenaje:

“Bon viatge pels guerrers,
si al seu poble són fidels”.

diumenge, 24 d’abril del 2016

Terciando: sobre izquierdas, nacionalismos e identitarismos (II de II)





¿Podríamos entonces preguntarnos legítimamente si hay, parmenidianamente hablando, una izquierda a cuyo ser se llega por el camino de la verdad, y otra que es la de la mera opinión? Entiéndase, no es que nos pongamos trascendentes, pero sí que, tengan o no las palabras dueño, o sea la verdad ella misma dicha por Agamenón o por su porquero, no deberíamos perder la sana costumbre de llamar a las cosas por su nombre.

En el post anterior nos preguntábamos si Espartaco o Diego Corrientes podrían ser considerados de izquierdas ¿Y Pancho Villa o Emiliano Zapata? En el caso del primero, y en el supuesto de que alguien se atreva a afirmar que sí, entonces habrá que añadir una nueva subvariante en la taxonomía de las izquierdas: la izquierda cuatrera. En cuanto a Zapata, y admitiendo que no estaría tan claro ¿Es de izquierdas plantear el reparto de tierras pasando del latifundismo al minifundismo? Pues qué quieren que les diga…

Bertrand Russell denunciaba en uno de sus Unpopular Essays, la contumaz tendencia de nuestras sociedades occidentales a pensar, desde un planteamiento dicotómico entre buenos y malos, que el bueno es el débil, frente al fuerte que es malo, o el pobre frente al rico. Un legado cristiano que consiste en el salto del análisis social a la valoración moral, transponiendo y primando lo segundo sobre lo primero. Y esto, como bien indicaba Russell,  no es sólo que sea una solemne majadería, sino que, simplemente, es confundir los planos del discurso. Una cosa es una realidad objetivamente injusta, otra que los que caigan de un lado sean buenos y los del otro, malos.

Uno de los ejemplos con que nos ilustraba era la conquista española de América. Sí, nos decía, Cortés y sus palmeros hicieron auténticas salvajadas con los indios mexicas ¿Pero hay alguna razón para creer que si hubiera sido al revés, si hubieran sido los aztecas los que hubieran estado en disposición de hacerle una visita a Europa, hubiera sido no sólo igual, sino con toda probabilidad mucho peor? La verdad es que no, a poco que conozcamos algo sobre el imperio azteca. Más bien al contrario, hay razones para pensar que hubiera sido mucho peor. Y si alguien piensa que con esto estoy justificando la conquista y la colonización, con todas sus barbaridades, entonces es que está incurriendo en el salto del análisis a la valoración moral que precisamente estaba evidenciando con este ejemplo.

Y esto es precisamente lo que en mi opinión ha ocurrido con lo que una vez fue la izquierda. Al abandonar sus presupuestos ilustrados y su crítica objetiva, al perder la categoría central en que se sustentaban todas las demás –un cambio, no tanto en el modo de producción como en las relaciones sociales de producción-, y, por supuesto, sin olvidar su fracaso «real», ha dejado de ser izquierda y se ha convertido en lo que antes de su aparición habían sido los sectores de descontentos y desfavorecidos que siempre hubo en una sociedad caracterizada por unas relaciones de producción a las cuales es inherente la lucha de clases. Pero en el sentido reactivo que Nietzsche atribuía a la moral de los esclavos. Es lo que ocurre cuando lo que se pretende no es acabar con el señor del castillo en tanto que institución, o con la injusticia objetiva que propicia un determinado estado de cosas, sino desplazarlo para ocupar su lugar.

Será el factor humano, no diré que no, pero en este sentido más bien parece que hayamos regresado a la concepción griega originaria que precisamente desde Grecia hasta la Ilustración se fue cuestionando y superando –al menos teóricamente-. Una concepción desde la cual, y para la cual, la «putada» no es la esclavitud, sino que te toque ser esclavo.
Y uno sigue pensando que la izquierda fue otra cosa. Y que si ya no lo es, se la apostille como reaccionaria, neocristiana, antiilustrada o como se quiera, es porque no es izquierda. En fin, que después de todo, Einstein tenía razón; hay cosas que no se pueden dar a la vez, porque entonces o no se es lo uno, o no se es lo otro. Y la izquierda, al menos lo que históricamente ha sido la izquierda, es incompatible con el nacionalismo. Aquí y en Tegucigalpa.
 
Otra cosa es que ricos y pobres puedan por igual ser nacionalistas. Pero esto ya nos explicaba también Marx por qué era así.

dissabte, 23 d’abril del 2016

Terciando: sobre izquierdas, nacionalismos e identitarismos (I de II)

 
 

Al artículo de Félix Ovejero publicado hace unos días en «El País», replica Jorge desde «Bajo la lluvia», complementándolo con algunas valoraciones discrepantes. Nos habla Ovejero de una suerte de neoizquierda reaccionaria que estaría hoy en día en boga. Nos dice: “Son muchos los herederos ideológicos de Marx que se han vuelto comprensivos con la sinrazón religiosa, simpatizan con quienes levantan comunidades políticas identitarias y muestran antipatía con el proceso globalizador”. La izquierda histórica, nos recuerda, era todo lo contrario. Prosigue algo más adelante: “Con todos los matices que se quieran, bien pocos, el socialismo supuso la cristalización más consecuente del ideal ilustrado”. Actualmente, en cambio, la izquierda se habría instalado a la defensiva y a la contra, muy lejos de sus posiciones originarias: Entre las muchas heurísticas posibles, parece haber optado por la más idiota: la reactiva. El «de qué hablan esos, que me apunto a lo contrario». Lo peor de lo peor: tenerlo claro a la contra. Una izquierda reactiva que se acerca inquietantemente a una izquierda reaccionaria”.

Discrepa de la tesis central el autor de «Bajo la lluvia»: “En lo que, desde hace más de un siglo, se ha denominado "izquierda" conviven varios grupos sociales e ideológicos notablemente distintos que beben en diferentes fuentes. Una de ellas, la que ahora es hegemónica, proviene de la reacción (y nunca mejor dicho) romántica a la Ilustración. Si la izquierda ilustrada se anuncia en Saint-Just y Babeuf y se desarrolla en Marx, Engels o Bakunin, la romántica se remonta a Rousseau y sigue con los socialistas utópicos, Kropotkin o Tolstoi”. Y prosigue: “En el leninismo, la corriente ilustrada se convirtió en dominante mientras que los románticos se quedaron en una posición subalterna y acabaron engrosando las filas trotskistas y anarquistas. Su (…) hundimiento dejó el campo abierto para que la izquierda romántica (…) este remedo de social-anarquismo marcadamente reaccionario en muchos ámbitos de la existencia social...”

Difícil no estar de acuerdo con ambos, porque la única diferencia se encuentra, y si se me permite la expresión, en determinar qué es «ontológicamente» la izquierda –Ovejero-, mientras que en Jorge se trataría de su recorrido a partir de qué es y ha sido «sociológicamente» y políticamente. Y claro, nos podemos preguntar entonces si hay una izquierda verdadera y otra falsa, pero verdadera a su vez en tanto que socialmente tenida por izquierda. Claro que entonces, bien podría ser «sociológicamente» un científico Nostradamus.

Durante su visita a Barcelona en 1923, Einstein replicó con un rotundo «Das past nicht zusamen», a un contertulio que había declarado ser a la vez socialista y nacionalista. Ambas cosas no pueden darse a la vez, pensaba Einstein. Alguien podría replicar que Einstein sabía mucho de física, pero acaso no tanto de política o nacionalismo. No es verdad, pero admitamos que el tema no se pueda despachar sin más. De acuerdo, pero antes reproduzcamos los posteriores comentarios que escribió Ramon Campalans, el contertulio de Einstein. Nos dice Campalans que Einstein, tras las oportunas explicaciones “captó los matices más subtiles y frágiles de la vida catalana” sin que ello fuera óbice para que no añadiera: “¡Pero esto no es nacionalismo verdadero! Si me queréis creer, prescindid de este nombre funesto”.

Resulta pues que hay una izquierda que no es izquierda, y un nacionalismo que no es nacionalismo. ¿Qué pasa aquí? ¿Es la izquierda una cosa que puede llenarse con cualquier contenido? ¿Y el nacionalismo también?

¿Tienen las palabras dueño, como afirmaba Lewis Carroll? ¿O la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, que decía Juan de Mairena? O peor: ¿Puede entender cualquiera por «izquierda» lo que tenga a bien, y cualquier cosa vale? ¿Fueros los Gracos, Espartaco, Diego Corrientes o el Tempranillo, de izquierdas por el hecho de estar situados a uno de los lados de lo que se llama(ba) «lucha de clases»?

En la película «Reds» (Warren Beaty 1981), aparece una anécdota que tal vez nos ilustre sobre las complicadas y antropológicas relaciones entre la izquierda y el nacionalismo o la religiones, y entre la izquierda y sí misma. Dedicado a propagar el fervor revolucionario en plena guerra civil rusa, John Reed se desplaza por cuenta del partido a un territorio ruso de confesión musulmana. En su arenga a los combatientes, en inglés y con traducción simultánea a cargo de una funcionaria del partido, les habla de la revolución y de la lucha de clases. A la vuelta –poco antes que el tren en el que viajan sea atacado por las milicias contrarrevolucionarias «blancas»-, Reed, que ya ha aprendido algo de ruso, cae en la cuenta de que en la traducción de su discurso, la palabra «revolución» ha sido traducida por «yijad» -guerra santa-. Encolerizado, se dirige a la traductora, que se disculpa informándole que ha seguido las instrucciones del camarada Zinóviev, el cual, a su vez, aduce que los musulmanes se motivan más con este término que con el de revolución, y que de lo que se trata es de que luchen al lado de los bolcheviques y no se pasen al bando blanco.
(To be continued)



divendres, 22 d’abril del 2016

Mas strikes back



Ni los imputados del PP, ni que no haya gobierno, ni las elecciones anticipadas, ni las purgas en Podemos, ni Junqueras… ¡Nada! Desde que se fue Mas, nada ha vuelto a ser lo mismo. ¡Hay que ver el juego que llegaba a dar este hombre! Un auténtico clown de la política.

A ver si se confirma el rumor y se presenta de number one en las elecciones de junio. Como mínimo volveremos a reírnos.



dimecres, 20 d’abril del 2016

Una año de silencio tras la muerte de Abel





Hoy hace un año de la muerte del profesor Abel Martínez Oliva, asesinado por un alumno perturbado armado con una ballesta, cuando intentaba impedir que llevara a cabo su objetivo de acabar con una profesora y una alumna del instituto, madre e hija para más señas. Consiguió evitarlo, pero lo pagó con su vida.

Un acto heroico al que desde un primer momento se intentó poner sordina por parte de las autoridades políticas y educativas. Una sordina que remachó con insuperable sordidez la por entonces consejera Rigau con su lapidaria frase, que dejó muy claras sus prioridades, educativas, políticas y humanas: “Ha muerto un profesor, pero hay un alumno que es la víctima”. Hasta se podría colegir de tan cínico aserto que la culpa fue del profesor, por interponerse en la trayectoria del proyectil disparado por el pobre alumno, que no sabía lo que hacía. Claro que, entonces, tampoco sabría por qué se llevó al instituto una ballesta hurtada del armero de su padre, en lugar de hacerlo con los portantes que se le suponen a un alumno que acude a un día normal de clase. Porque podemos decir que alguien que dispara una ballesta y mata a alguien no es consciente del todo de lo que hace; pero cuidado, sí sabe perfectamente para qué sirve y con qué objeto la llevaba encima.
El artículo completo, aquí.

dilluns, 18 d’abril del 2016

Artículo en el "Diari de Girona"

 
Emprenedoria i màgia (Diari de Girona, 18/04/2016)
 
Al llarg de la seva existència sobre la Terra, la humanitat ha construït tres grans models per explicar-se a si mateixa i el món que l’envolta: el pensament màgic –o mític-, el pensament religiós i el pensament racional o científic. Algú va definir aquest recorregut amb una expressió que va fer fortuna –avui en diríem trendding tòpic-: del mite al logos. Tot i ser una expressió discutible, l’admetrem, si més no, en el sentit que cada època de la humanitat ha estat presidida per alguna d’aquestes concepcions del món. Se suposa que actualment som a l’època del pensament racional i científic. Tot i així, hi ha força indicis que, en qüestions educatives, més aviat estem recorrent un itinerari invers que cada cop ens apropa més a alguna mena de pensament màgic educatiu: la primacia de l’emotivitat sobre la lògica, del subjectiu sobre l’objectiu, del qualitatiu sobre el quantitatiu, de l’espontaneïtat sobre el mètode... Intentaré justificar aquesta afirmació.
 
Precisament atesa la seva naturalesa, el coneixement científic –com a producte del pensament racional- té una característica que s’acostuma a oblidar i que el diferencia de la resta: la seva transmissibilitat; amb una única limitació d’ordre intel·lectiu: per a entendre la teoria de la relativitat, no es precisa de cap tret màgic que delati l’elegit, ni de cap il·luminació fornida per algun déu. Altrament dit, el do de la profecia no és transmissible. En canvi, almenys en teoria, qualsevol individu està en condicions de conèixer la teoria de la relativitat. I dic en «teoria» perquè, mentre que a mi potser em requeriria de tres-cents anys que no viuré, a Einstein li bastà amb el període que sol durar una vida humana normal. Aquesta és l’única limitació del coneixement científic. 
De coneixements màgics –un més que probable oxímoron-, en va plena la pedagogia new age. Avui em referiré a aquesta nova perla curricular que és l’emprenedoria. El «mèrit» de la seva implantació s’acostuma a atribuir a l’inefable exministre Wert, pioner també en la introducció de la tauromàquia com a família professional de l’FP. Que s’hagi emportat la fama és bastant normal si tenim en compte la seva condició de «raonotes» incontinent. Però no ens enganyem. La idea no és seva: la va copiar de l’ubèrrim planter pedagògic català. I per a mostra, un botó. En un primer moment, va manllevar el terme català, emprenedoria, traduint-lo barroerament al castellà: emprendeduría. Segurament, després que algú li fes avinent que aquest terme no existeix en castellà, va adoptar el de «espíritu emprendedor». Més clar, aigua. Però tornem a l’emprenedoria. 
Per a explicar matemàtiques cal saber matemàtiques. Això ni el pensament màgic més delirant ho pot negar; el que addueix, en tot cas, és que no cal ensenyar-ne, perquè no interessen, perquè ja ho fan las calculadores o perquè no garanteixen la felicitat... Però si cal ensenyar emprenedoria, tot indica que molt més important que les matemàtiques, llavors caldrà que la imparteixi algú que sigui, ell mateix, emprenedor. I com es determina això? I si en comptes d’un emprenedor se’ns cola un «trepa»? Compta! perquè la diferència entre ambdues categories pot ser de vegades força subtil. Comprovar si algú sap matemàtiques és relativament simple, només cal saber-ne les suficients; però un emprenedor? Era emprenedor el «narco» Pablo Escobar? O potser era més emprenedor Edison, fundador  d’empreses força lucratives, que Galileu, que només es va buscar problemes amb la Inquisició?  
¿Podríem dir que Monturiol o Peral, inventors del submarí, no foren prou emprenedors? Un va acabar arruïnat, diuen que per la seva incapacitat pels negocis; l’altre, fastiguejat i víctima del que avui en diríem mobbing. Monturiol va inventar també un sistema de conservació de la carn, que va passar sense pena ni glòria fins que, poc després de la seva mort, algú el va robar, el va patentar a Londres i es va fer milionari. Qui era més emprenedor dels dos, l’inventor o el lladregot? 
I tot això planteja un problema: què es pretén transmetre amb aquesta assignatura? Perquè això de l’emprenedoria sembla més aviat una condició atribuïble al tarannà de cadascú, que no pas un coneixement tematitzat i transmissible com els que s’acostumaven a impartir «tradicionalment». 
La solució tal vegada la puguem trobar en la divisa del pensament educatiu màgic, avui hegemònic: el coneixement no es transmet, només es transmet informació; el coneixement se’l construeix cadascú. Sent així, doncs, la cosa sembla que està clara: si en altres temps s’havia recorregut complementàriament a títols com ara «Vides de sants», «Vides de filòsofs» o «Vides de científics», ara el que caldrà és publicar unes quantes «Vides d’emprenedors», i cadascú ja es construirà la seva pròpia emprenedoria...  
No deixa de ser, però, força intrigant, que mentre que el coneixement no és transmissible, els defensors d’aquesta tesi -que tan s’esforcen a transmetre; informativament, hem de suposar-, sostinguin, en canvi, que ho sigui quelcom tan poc tangible com l’emprenedoria. Coses del pensament màgic!
 
Xavier Massó Aguadé
 

 
 


dijous, 14 d’abril del 2016

La II República y Max Aub


Un día como hoy, hace ochenta años, se proclamó la II República. Preguntado Max Aub por las razones de su fracaso, respondió: «Hubo pocos republicanos». Y al preguntársele las razones por que se perdió la guerra, fue taxativo: «Por la actitud de Inglaterra, y la CNT». No puedo estar más de acuerdo.

Que hubo pocos republicanos, al menos en el sentido ilustrado del término, está claro. En este país la Ilustración pasó de puntillas, y de largo. Lo de Gran Bretaña, también. Fue el país más gratuitamente hostil a la República, jugando todo el tiempo al perro del hortelano. Y no por miedo a Hitler; nada de esto. En cuanto a la CNT-FAI, lo siento por los mitógrafos, pero las guerras no se ganan con palabras ni con comunas libertarias, sino con ejércitos. A lo mejor es que no se enteraron de que había una guerra…

Tampoco es verdad eso de que la República se echó a los brazos de Rusia (la URSS por entonces), sino que la echaron a sus brazos.

Hoy no sería muy distinto, me temo. En este país, el particularismo y la acción directa subordinada a él, siguen marcando tendencia. Amén.

dimarts, 12 d’abril del 2016

Marx y Panamá



Casi seguro que, hoy en día, Marx estaría defendiendo también a los empresarios que producen «algo», «cosas», y que tienen trabajadores asalariados (en realidad ya lo hizo, lo que les recriminaba era otra cosa). Es decir, a todos aquellos sectores y agentes que constituyen el tejido productivo de la sociedad. Insisto, a los que producen «algo», «cosas», y del trabajo de producirlo obtienen, sí, dinero; plusvalía incluida, cómo no. Porque todo esto de la ingeniería financiera, es decir, producir beneficios sin producción de nada concreto, sino sobre el mismo dinero, la verdad es que suena cada vez más a teología. A lo mejor es que estamos volviendo a la Edad Media… Alguna utilidad debería tener también la discusión sobre el sexo de los ángeles ¿O no?

Eso sí, para la mayoría, Marx está desfasado y superado. Entre otras cosas porque no supo prever la evolución de la economía capitalista. Claro que esto presupone atribuirle la condición de profeta. O de falso profeta porque no habría acertado en sus predicciones. Pero esto de considerarlo un (falso) profeta, más bien parece un argumento aducido ad hoc para luego reprocharle que no acertara. A lo mejor es que se equivocó de carta o de bola de cristal.

O también puede que, en realidad, quienes le atribuyen tales veleidades mánticas a Marx no se hayan leído el Capital; o que lo hayan leído mal, con mala fe o sin ella. En ambos casos, tomándolo como el nuevo libro de la revelación (Apocalipsis, en griego); unos para denunciar que sus profecías no se han cumplido, quod erat demonstrandum, y los otros, acaso necesitados de ellas, por haberlas abrazado como tales profecías. Y puede que otros, en fin, simplemente lo hayan leído como si fuera un tratado de economía. Y no lo es. Porque es un tratado de filosofía en la línea que apunta el subtítulo: «Crítica de la economía política». Y ahí no hay que mirar hacia Hegel, sino hacia Kant y a su concepto de «crítica»: condiciones de la posibilidad... del sistema. Y la mayoría de economistas, sobre todo los financieros, no saben de filosofía, porque no la estudian. Van a cosas más «útiles», como la teología.

Al menos en «El Capital», Marx no nos dice cómo funciona ni cómo ha de funcionar el sistema económico, sino en qué consiste en su esencia; a partir, claro, de cómo funcionaba en su época. Y en esencia, el sistema no ha cambiado tanto. Sigue siendo el mismo, sólo que en otro momento de su propio proceso de despliegue interno. Igual que de las palomas mensajeras hemos llegado a internet; pasando, por supuesto, por el telégrafo, el teléfono, el fax... En esencia, de lo que se trata es de enviar mensajes, como el de la botella de Police. Y siempre para algo muy parecido, con independencia del medio. Aunque el medio, ya se sabe…

Si en lugar de entender «El Capital» como un manual de economía alternativa al sistema capitalista, o como una vitriólica denuncia de su naturaleza y funcionamiento tal como él lo conoció, lo entendiéramos de esta otra manera, como una obra de filosofía, a lo mejor hasta resultaba que no está tan superado -como no lo está, por ejemplo, la filosofía de Platón o la geometría euclidiana; eso sí, se ha ido más allá, como mínimo en el caso de Euclides- y hasta podríamos entender muchas otras cosas que ocurren en la actualidad: como lo de Panamá.

Es verdad que, apelando al análisis de Marx, en apariencia, el trabajo como substancia/valor parece que esté siendo substituido por la forma/valor: el dinero o el capital. Pero esto es sólo en apariencia, la distorsión producida por el espejismo resultante de la implantación de la tecnología y del establecimiento de múltiples eslabones entre las fases de producción en sí, y su corolario dinerario o financiero. Es decir, mucha más distancia entre el poder económico y la producción. En definitiva, más receptores de beneficio o, si lo preferimos, más comisionistas. Al final, de tan lejos como está el dinero de la producción, puede parecer que aquél funcione por sí mismo con independencia de ella. Cierto que en un tiempo las grandes fortunas iban asociadas a megaestructuras productivas, Krupp, Ford o Agnelli -también estaban los banqueros Rochild, cómo no-, o hasta Bill Gates. Hoy no. el paradigma actual, aunque algo trasnochado, es Soros; en el supuesto de que Soros represente algo...

El paradigma fue en un tiempo la fábrica, y luego los bancos -las modernas catedrales de la teología capitalista-. Pero en realidad, esto es sólo la forma que adopta el sistema. Porque los bancos también dependen del flujo de un dinero que, cada vez más, parece que no tenga dueño hasta que ni exista materialmente (el dinero), aunque sí haya quién obtiene beneficios de él; y perjuicios.

Hoy manda Panamá. Entiéndase: no el protectorado americano que es, bajo la apariencia de estado soberano, la república de Panamá, no, sino los Panamás como paraísos de la inversión desde los cuales se decide qué bancos funcionarán fon fondos proveídos a sus propias instancias, y bajo qué condiciones éstos harán funcionar las estructuras productivas. Desde ahí se decide quién tendrá éxito y quién no, desde una lógica implacable, la de maximización del beneficio, que sigue siendo la misma de siempre. No es que el dinero no tenga otro nombre que el suyo propio, ni obedezca a nada más que a su propia lógica. Nada de esto.

No. Lo de Panamá no es una anécdota, sino la esencia del sistema, en el cual, funcionalmente, el dinero parece haber pasado de medio a fin en sí mismo. Porque forma parte esencial de la lógica del sistema. Pero esta lógica no es la lógica del dinero. No, todo esto es humano, demasiado humano. Mucho aporta en este aspecto otro autor igualmente «superado». Me refiero a Max Weber. Tan distinto, y tan coincidente. Otro día.

Existe también otra posibilidad, y es que estemos a las puertas de una neomedievalización que consistiría en el primado de la tecnología teologizada –cuya condición necesaria es la ignorancia funcional-. Una suerte de readaptación a la medievalidad. No en vano el propio Marx afirmó que el hombre inventó a los dioses y luego se arrodilló ante ellos. Y el dinero alguien lo inventaría…

divendres, 8 d’abril del 2016

Los canales de Panamá



Un canal es un lugar de paso, una vía abierta a través de un medio impracticable para desplazarse. Como en tierra firme había caminos de a pie, de herradura y de rueda. En el caso que nos ocupa: una vía acuática que permite transitar entre tierra firme. Los ingleses, por ejemplo, acaso por su condición insular y marinera, tienen en su idioma tres términos distintos para definir lo que nosotros nos basta con uno: «Channel», que refiere a un estrecho marítimo natural, como su canal de la Mancha; «canal», que refiere a un cauce o conducto artificial por el que discurre el agua, como podría ser un canal fluvial; y, una vez más «canal», escrito igual que en el segundo caso, pero pronunciado diferente, que nos remite a algo parecido a un estrecho marítimo (primera acepción), pero artificial. En este tercer caso se encuentran el canal de Suez, o el de Panamá.

Oí decir en cierta ocasión -no lo he contrastado- que ya allá por el siglo XVII o XVIII, unos holandeses sugirieron a la Corona de España la construcción de una vía de comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico. Propuesta que, por supuesto, se desestimó; y acaso con buen criterio, aunque con toda probabilidad no fue ésta la consideración primordial. Sin que esté en condiciones de asegurarlo, diría que la tecnología disponible en aquellas épocas lo hacía inviable. Pero los holandeses de esto sabían mucho ya por entones. Así que nunca se sabe; los antiguos egipcios habían comunicado mediante canales navegables el delta del Nilo con el mar Rojo -anticipándose tres milenios al canal de Suez-; y en el siglo I, el emperador romano Nerón inauguró las obras de un canal en el istmo de Corinto entre el Egeo y el Jónico. En este último caso, las obras no prosperaron, pero parece que fue por razones ajenas a las posibilidades técnicas de llevarlo a cabo. En fin, que nunca se sabe…

Quien sí vio en el istmo de Panamá múltiples potencialidades fueron los Estados Unidos. Así que le arrebataron este territorio a Colombia, por las buenas y sin dar más explicaciones. Sobornaron al comandante de la guarnición -que se fue con viento fresco, pero con el bolsillo lleno de dólares- plantaron la Stars & Stripes y aquí estoy porque he llegado. Fue en 1903. No era imperialismo, como no lo había sido en Cuba cinco años antes. Y si alguien lo duda, que se lo pregunte a los filipinos, que se dejaron cien veces más muertos en tres años contra los EEUU –de 1899 a 1902-  que en cuatro siglos contra España. No, no era imperialismo… Porque no se trataba de dominar por la brava sin más: era por algo. Nada personal, sólo negocios, como decían los Corleone.

En 1904, año siguiente al de la proclamación de la república títere de Panamá, los norteamericanos empiezan la construcción del canal. Diez años después (1914), y con unas decenas de miles de semiesclavos muertos en el empeño, lo inauguraban. Luego vinieron las cuentas off shore, que no son sino la continuación de lo mismo: canales de evitación que permiten transcurrir por un terreno impracticable… Sólo que, en este caso, no es por el agua para evitar tierra firme, sino otra cosa.

Off shore. Que palabra tan curiosa. En inglés «shore» significa, como tantos otros términos ingleses, muchas cosas. Freguianamente hablando, diríamos que tiene muchos referentes. «Off shore» aún más, pues añade matices a cada uno de ellos. Usualmente, «más allá de la costa», o sea, en el mar. Pero quien fija la referencia es el límite, de modo que también significa extraterritorialidad, definiéndose ésta a partir de la línea que marca este límite, esta frontera. Y según la posición de cada cual con respecto a él, está «in shore» o «off shore»; según el punto de vista. Hasta he oído a tíos –angloparlantes nativos- decir que se iban «in shore» cuando pillaban el helicóptero hacia la plataforma petrolífera. Todo depende de allí de dónde uno se sienta, supongo. Yo, como sólo domino el inglés si es bajito y se deja, pues eso: extraterritorialidad, extralegalidad…

¿Quién no aparece implicado en las cuentas off shore? Están los Bush, el rey de Marruecos, el Premier británico –una herencia de su padre, dice; sí, como la que legó Florencio Pujol-, Rodrigo Rato –otro gran patriota-, el primer ministro de Islandia, Putin… políticos de la más variada laya y de todas las naciones –con o sin Estado, y de todas las categorías: «civilizadas», bárbaras y salvajes-, la mafia… Deportistas, actores y directores de cine- buenos y malos-, la Iglesia –todas las iglesias que en el mundo han sido y siguen siendo-, banqueros –todos los bancos, que aquí reducen personal, pero no sus contratos blindados-, famosos, famosas y hasta famosillos de medio pelo… ¿Quién no está?

En realidad, para sorprenderse de esto se requieren unas grandes dosis de buena fe. Igual que los batracios respiran por la piel aunque también boqueen, el «sistema» exuda paraísos fiscales, topoi off shore –con perdón-, en los cuales esconde, no sus vergüenzas, sino su auténtica naturaleza.


dilluns, 4 d’abril del 2016

Ricardo Moreno y la conjura de los ignorantes



 
Se puede pensar que un ignorante tal vez se sienta mucho más reconfortado si no hay nadie culto a su alrededor. Hasta puede llegar a pasar por lo que no es, si los que le rodean son aún más zafios. Esto no es una afirmación; tan sólo una sospecha. Y toda sospecha se basa en indicios, es decir, en intuiciones que, sin ser pruebas concluyentes, inducen a pensar que puedan llegar a serlo, si se demuestran. Puestos a perseverar, la alternativa está muy clara: convertir las sospechas, o indicios, en certezas, en pruebas: desenmascarar al farsante poniéndolo en evidencia.
 
Publicado en catalunyavanguardista. El artículo completo aquí.


dissabte, 2 d’abril del 2016

Mariano contrataca amenazando con racionalizar la jornada laboral



Serán sin duda preguntas muy tontas, pero es que uno debe ser tonto de baba o, como mínimo, a esta conclusión está llegando. Es como cuando te dicen que el PIB va a crecer este año «sólo» un 2,7%, pero a ti te va a representar, como mucho, un 0%, sin contar la inflación, y encima se quejan…  No los del 0% o menos aún, sino los otros. No sé, pero a uno le suena a lo del Roberto de las cabras o a las cuentas del Gran Capitán. Algo hay que no está claro.

Ahora resulta que en vísperas de elecciones anticipadas –en junio de este año o del que viene, fetén-, Mariano Rajoy apuesta por un horario laboral que concluya la jornada de trabajo, nos dice, a las 18h. Inspirándose, hay que añadirlo, en los horarios de Portugal. Supongo que por razones de proximidad; el alemán o el holandés, más lejanos, deben concluir bastante antes, de modo que hagamos como los portugueses. En serio,  demasiáo pal body.

No es que uno tenga nada contra la racionalización horaria. Pero me pregunto si en Portugal, o en cualquier otro país, hay policías, bomberos, médicos, marinos –país de tradición marinera es Portugal, tenía entendido-, empleados de funerarias, camareros, cocineros, monitores de las más variadas actividades lúdicas, y lúbricas… o militares, controladores aéreos, ferroviarios, curas (ésos sí tienen horario, pero han de atender la extremaunción a cualquier hora), oenegeros variopintos, serenos (ésos ya no existen, cierto, substituidos por seguratas), taxistas, plataformeros petrolíferos, pilotos, azafatas y sobrecargos de vuelo, locutores, presentadores y trabajadores de televisiones, radios y prensa 24h, trabajadores por turnos en empresas que no pueden detener la cadena de producción, vendedores a destajo, empleados de la dependencia (alguien ha de estar por la noche, digo yo), operarios telefónicos de Jazztel, pescadores de bajura y de altura (no sólo marítimos, sino de toda laya y jaez, por lo de «pescadores», dedicado a Félix de Azúa y a sus comentarios sobre Ada Colau, más propios de un ganapán que de un académico), emprendedores variopintos, empresas logísticas de esas que hablaba Manuel Castells en «La era de la información», que a las tres de la madrugada compras telemáticamente un gadget y a las dos horas te envían un email informándote que tu producto ha salido ya del aeropuerto de Hong-kong, a las tres que ya está en Singapur, y que a las dieciocho estará en el oportuno «hub» europeo desde el cual, en 24 horas, aterrizará en el aeropuerto más próximo a tu villorrio y, en 12, te lo entregarán a domicilio (con las debidas notificaciones, casi en tiempo real, sobre la ubicación, no menos real, de tu compra en cada momento)… O jardineros el cultivo y cuidado de cuya planta requiera atención horaria «irracional», como sembrar en luna nueva y podarla en llena; o campesinos que de sol a sol… y no hay tutía.

Discúlpenme por la retahíla. Pero es que me hace gracia. ¿Qué porcentaje de población laboral es la ocupada en estos sectores –y me dejo muchos- enumerados en el párrafo anterior? No lo sé, pero no debe ser muy difícil averiguarlo. Ni siquiera en un país con tanto empleo estacional como el nuestro. Apuesto que más del 60%. Y ya puestos, como docente ¿Quién no corrige exámenes o ejercicios en fin de semana, si los ha puesto en viernes -o a cualquier otra hora no homologable de cualquier día-,  o recibe a padres de alumnos a cualesquiera horas, intempestivas de acuerdo con el gurú Punset  -cuyos hábitos horarios desconocemos, pero de cuya provecta edad se infieren ciertas observancias insoslayables-, y demás voceros del invento al que ahora se apunta Mariano?

Así que me pregunto: ¿Quién acabará su jornada laboral a las 18h que hasta ahora la acabara, pongamos que a las 19h o 20h? Me temo que casi nadie. Porque de los que quedan, un sector nada desdeñable se corresponde a aquéllos que por la mañana no van y por la tarde no trabajan; también están lo de las tarjetas black, los sobretones y el momio, que salen en las encuestas, pero cuyo horario es irrelevante en términos de productividad y de racionalización. ¿Es para esos la racionalización horaria? ¿O a qué estamos jugando con tanta palabrería? Puestos a hacer, se lo podríamos preguntar a los portugueses. Mejor que no, se carcajearían.

Una cosa es que haya, siempre los ha habido, sujetos a quienes lo que les molesta es la farándula; eso de que restaurantes, bares, bingos, casinos, cines (los pocos que van quedando) y demás antros de disipación moral y molicie ética, estén abiertos hasta las tantas -que tampoco-. Siempre hubo gente así de resentida y bajuna, y siempre la habrá. Pero que lo digan claro. Porque si no, entonces ¿Qué hemos de entender por «racionalizar» los horarios de urgencias médicas? ¿O de bomberos o policías? Etcétera, etcétera, etcétera…

Pero claro, Mariano se ha de apuntar a lo fashion, porque piensa que lo tiene mal. Y eso es fashion. A partir de las 18h todos a… dormir. Sin televisión, encima, porque tampoco trabajarán los de la tele ¿O sí?. Si como mínimo los del sector eléctrico (nucleares incluidas) siguen trabajando en horas inadecuadas, igual hasta leemos todos algo más; y también es verdad que a más de uno, sobre todo a los que sugieren tales patochadas, les podría resultar de mucho provecho. Según lo que lean, claro.
Y si no hay ni luz eléctrica. Pues lo otro… No hubiere mal que por bien no viniere. A lo mejor se trata de esto. ¿No está tan mal la demografía?