divendres, 29 de gener del 2016

«Matemágicas» políticas



Cada día es más urgente que, así como en otras profesiones se exige una constante y permanente formación, se sometiera también al noble mester de la política a cursos de formación a cargo de expertos para evitar que se pongan en evidencia de forma tan aparatosa como suele hacerlo. La «cosa» se podría enmarcar dentro de un “Plan General de Formación del Político”, en forma de cursillos que les dieran puntos para medrar en su carrera y en su partido.

Como a los docentes, tan empeñados en ganar unas oposiciones que, según los propios políticos, no sirven para la tarea que se les ha encomendado, a ellos, los políticos, les ocurre algo parecido: se pasan la vida gastando tantas energías en mundanidades para acceder al puesto codiciado, que resulta que cuando llegan él no están preparados para ejercerlo. Algunos no tuvieron tiempo ni de acabar la carrera universitaria, sobran nombres.

Yo empezaría por las matemáticas, muy especialmente por el uso mágico que de dicha ciencia hacen gala todos ellos; sobre todo a la hora de interpretar los resultados electorales manejando nociones elementales con manifiestas dificultades que han de suplir recurriendo briosamente a la «matemágica». Y no sólo por las noches electorales en que todos han ganado –con la comprensible excepción de  algunos casos estremecedoramente catastróficos-, sino por la perseverante contumacia en que siguen incurriendo luego. Basten, como ejemplos «matemágicos» significativos , los dos recientes casos de las elecciones plebiscitarias catalanas y de las últimas generales, ambos altamente ilustrativos. Claro que la cosa se complica si tenemos en cuenta que, tratándose como se trata de interpretar cualitativamente realidades expresadas cuantitativamene, habría que incorporar a la formación aritmética elemental cierta instrucción, en forma de valor añadido, sobre criterios de discriminación conceptual canónica. Veamos.

Las últimas elecciones catalanas se presentaron, por parte del propio gobierno de la Generalitat que las convocó, en clave plebiscitaria. Es decir, como pretexto para un referéndum. Y así lo entendió todo el mundo. En esta tesitura, fueron a la vez unos comicios para determinar la futura composición del parlamento catalán y un referéndum sobre la independencia. Las dos formaciones independentistas –JxS, con el 39,59%, y la CUP con un 8,21%-, obtuvieron en conjunto un 47.8% de los votos emitidos. Desde el punto de vista plebiscitario, dichos resultados indican, sin más, que el referéndum se perdió. Porque, le pese a quien le pese, para ganar un referéndum es condición necesaria conseguir más de un 50% de votos, basta con uno más, cierto –otra cosa es si sería suficiente-, pero aun con un 50,00001% podría decirse que se había ganado; con un 47,8%, no. Punto.

Ello no obstante, y dadas las peculiaridades de la desequilibrada distribución territorial de los escaños –que no el sistema d’Hondt-, las dos formaciones independentistas obtuvieron una representación parlamentaria de 72 diputados, mayoría absoluta en un parlamento con 135 escaños. Y los resultados parlamentarios se siguieron viendo en clave plebiscitaria por parte de los perdedores, afirmándose entonces que la opción independentista había ganado porque había obtenido mayoría absoluta de escaños. El posterior esperpento a cargo de Mas y la CUP, neoliberales y antisistema, no fue más que la continuación en clave parlamentaria de unos resultados interpretados plebiscitariamente. Curiosa discriminación conceptual, ésta. «Matemágica» en estado puro.

En las elecciones generales del 20-D, la hermenéutica «matemágica» también ha brillado, y sigue brillando, con luz propia. El partido más votado, el PP de Mariano Rajoy, obtuvo un 28,72% y 123 diputados, frente al 44,56% y 186 diputados de cuatro años antes; una pérdida del 16% y de 63 diputados. Pese a tan sensible merma, se consideró un éxito. Sí, claro, hubiera podido ser peor… No le fue mucho mejor al PSOE, ya bastante jibarizado cuatro años antes, por eso su descenso fue, en términos relativos, menor; 20 diputados y 6,5 puntos porcentuales menos. Se quedó en 89 diputados y un 22,01% de votos. Otro exitazo para la historia y todos contentos… sus peores resultados desde la reinstauración de la democracia. A continuación se situaron Podemos y Ciudadanos, con 69 y 40 diputados, respectivamente.

Pero en el caso español, la irrupción estelar de las «matemágicas» se ha producido a la hora de establecer lo que, supongo que en razón de su consideración como figuras contorneadas en un «espacio», se ha venido a llamar «geometría» parlamentaria, y las posibles figuras que, sumadas, dieran una mayoría que permitiera la investidura de un presidente. También se podría entender desde la teoría de conjuntos expresada en diagramas de Venn. Aunque ciertamente resultaría mucho más complejo, sobre todo en el caso de Podemos, donde en lugar de un mero subconjunto, habría que hablar de todo el subconjunto como una inclusión de varios subconjuntos, con el consiguiente riesgo de que cualquier eventual unión con otro, generara la exclusión de algunos –como ya ha ocurrido- y hasta eventuales intersecciones con otros. Demasiado complicado. Lo dicho, Podemos amenaza con ser más demoledor que la paradoja de Russell. Y no sólo Podemos. De modo que mejor no atribulemos a Sus Señorías con teoría de conjuntos, y volvamos a las «matemágicas».

Porque «matemágicas» son las combinaciones de Pedro Sánchez para postularse como presidente con 89 diputados –de 350-, excluida la gran coalición con el PP. Si pacta con Podemos, o traga y entonces sus barones le cortan los güelfos sin más, o, si quien traga es Iglesias, Podemos se convierte en una jaula de grillos «Oltracentrifugados». Además, ni aun en el mejor de los supuestos, 89 y 69, más los 2 de IU, no dan los 176 necesarios, sino unos insuficientes 160. Porque suponer que el PP, con sus 123, y Ciudadanos con sus 40, 162, se iban a abstener, eso no serían ya «matemágicas», sino delirium tremens.

Es verdad que si al dominio de la ciencia «matemágica» le añade Pedro Sánchez la máxima latina Fortuna audaces iuvat, podría pensar en el voto de ERC, nueve, y de Bildu, dos, un total de 171, todavía insuficientes. Y ya puestos a rizar el rizo, si Convergencia –ocho-, y el PNV –seis, se abstuvieran, podría llegar a un 171 contra 162. Pero aquí ya ni «matemágicas» ni delirium tremes, sino puro y simple billar: una carambola imposible hasta para Fernando VII. Y si pacta con Ciudadanos, precisa del más que improbable beneplácito del PP, y entonces los que le cortan los güelfos serían los (h)unos y los otros.

De Pablo Iglesias y sus eulucubraciones, mejor dejémoslo, no le salen las cuentas ni con «matemágicas». Y Ciudadanos, pues tres cuartos de lo mismo. Para pactar con el PP, necesita el beneplácito del PSOE; para pactar con el PSOE, el del PP. De momento, el único que parece haber entendido la cosa, bien que a regañadientes, es Mariano. O él, o elecciones anticipadas. Es el que menos tiene a perder.

¡Malditas matemáticas! ¡Con lo bonitas y divertidas que son las «matemágicas»!


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