divendres, 13 de febrer del 2015

AJEDREZ Y EDUCACIÓN



Jugué al ajedrez de competición en su momento y alcancé ciertos éxitos, dentro de un orden, como juvenil. Después, seguí jugando más esporádicamente, sobre todo partidas rápidas, y lo sigo haciendo ciertas veces a través de internet. Me parece un juego fascinante y maravilloso, aunque no puedo decir lo mismo de los ajedrecistas. Creo que Bobby Fisher ha sido el mejor jugador de todos los tiempos, pero también que de no haber padecido Mikhail Tahl los problemas de salud que siempre le aquejaron, él hubiera sido el mejor. Me aburre el juego posicional y mi apertura favorita es el Gambito de Rey, que sigo utilizando, por más que hoy en día se la considere inferior.

Dicho todo esto, sería de suponer mi total y entusiasta apoyo a la medida  adoptada por el Congreso de los Diputados, con la insólita unanimidad de todos los partidos políticos, consistente en implantar el ajedrez en el sistema educativo. Ahora en Primaria, pero abriendo también la puerta a la Secundaria en un futuro próximo. Pues va a ser que no. Y les diré que me parece una majadería más de tantas que se han perpetrado en nuestro maltrecho sistema educativo. Como me parece también una solemne memez la afirmación según la cual "(...) el ajedrez es una herramienta pedagógica que enseña a pensar y transmitir valores, sobre todo en la edad de 6 a 9 años (...)". Una cosa sí les puedo asegurar, quien afirme algo así no sólo no tiene ni idea de educación, tampoco la tiene de ajedrez o está intentando encontrar trabajo como ajedrecista.

Siempre me ha parecido una solemne bobada el mito de que el ajedrez desarrolla la inteligencia. Una cosa es que para ser un buen jugador se requieran unos ciertos niveles de inteligencia, y otra muy distinta que por el hecho de jugar al ajedrez ya seas inteligente o te haga más inteligente. Es como si dijéramos que jugar al baloncesto potencia la estatura. Todo ejercicio intelectual, y el ajedrez lo es, agiliza sin duda alguna la capacidad y rapidez para la realización de ciertas operaciones mentales. Pero de desarrollar la inteligencia,  nada de nada. Desarrolla en todo caso la inteligencia ajedrecística, pero no porque un tonto ducho en ajedrez le gane a un inteligente neófito, el tonto dejará de ser tonto y el inteligente, inteligente.

¿Y por qué estoy en contra de la introducción del ajedrez como materia en el sistema educativo? Pues a ver, de entrada, y creo que con los antecedentes aludidos queda clara mi admiración y estima por este juego, porque pienso que no se le puede pedir al ajedrez que resuelva ahora el enorme problema que nuestro sistema educativo tiene, muy especialmente, en Primaria, que es en la etapa donde se desarrollan los déficits que luego se van arrastrando y acumulando cual alud de nieve en las siguientes etapas. Y porque en todo caso, se está confundiendo lo suplementario con lo complementario, y ambas cosas con lo esencial.

Vamos a ver, hay aquí, me parece a mí, un error conceptual de base característico de la pedagogía infantiloide y ramplona que padecemos desde hace ya demasiado tiempo. Contra lo que los representantes de dicha pedagogía puedan pensar, las actividades que en su tiempo se realizaban en la enseñanza Primaria no se agotaban en sí mismas ni en el aprendizaje propedéutico, sino que coadyuvaban a la potenciación de las facultades mentales mediante un proceso educativo. Parte del cual era a la vez que de contenidos, de digámosle entrenamiento. Como ya sospechaba David Hume, el entrenamiento físico no se distingue formalmente del mental. Así, aprenderse las tablas de multiplicar no sólo sirve para resolver problemas de aritmética, sino que también a su vez contribuye a desarrollar la facultad de la memoria, como la resolución de problemas matemáticos o lógicos desarrolla nuestra capacidad analítica y de razonamiento. Cierto, el ajedrez puede contribuir a desarrollar cierta capacidad analítica, pero de la misma manera que, en otro orden, resolver crucigramas sin duda enriquece también otras capacidades relacionadas con el uso del léxico. Pero no por ello, al menos hasta ahora, se le ha ocurrido a nadie introducir la resolución de crucigramas como materia obligatoria en el sistema educativo.

Si queremos poner el énfasis en la potenciación de las capacidades analíticas del alumnado porque se detecte que carece de ellas, es muy sencillo, que se vuelva a prácticas anteriores y que se prime entonces lo que precisamente se proscribió: las tablas de multiplicar, los problemas aritméticos y lógicos, y todo aquello que estimule y favorezca el ejercicio intelectual. Porque además, al tiempo que se potencian las capacidades analíticas y la agilidad mental, se están adquiriendo unos contenidos de conocimiento que serán imprescindibles en las siguientes etapas  de la vida académica de un alumno. No me sirve de nada que desarrolle inteligencia ajedrecística si no sabe las tablas de multiplicar o es incapaz de resolver problemas aritméticos elementales. Y esto es ni más ni menos que lo que está ocurriendo hoy en día.

Si tuviéramos un sistema educativo que mereciera este nombre, el lugar del ajedrez sería sin duda el que debe corresponderle, una actividad complementaria más, o suplementaria, para realizar a la hora del patio o fuera de las horas de clase. Y hasta puede que algunos aprendieran las artes de tan bello juego. Pero ponerlo en horas lectivas es pervertirlo, en un sistema intrínsecamente pervertido.  Por cierto ¿Sabían que hay una Facultad de Derecho que ofrece un crédito de Bridge? Pues eso…
Y hay una última razón, acaso definitiva. Me aterra la idea del ajedrez manipulado por la Pedagogía. No, por favor, eso no.

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