divendres, 22 d’agost del 2014

CATALUÑA Y ESCOCIA, IDENTIDAD Y DIFERENCIA...


...O LA VÍA CATALANA AL ESPERPENTO


Me escribe un amable lector, con la petición que no cuelgue su comentario, replicando a mi última entrada -"¿Juega la historia con dados marcados?)"-, entiendo que con solvencia y, por supuesto, con educación. La verdad es que uno empieza ya a sentir un cierto hartazgo con el tema de la independencia de Cataluña y las noticias que a diario se van sucediendo sobre el mismo. Hasta tal punto que, en la convicción que la cosa no da más de sí, había resuelto espaciar prudentemente las incursiones en tan procelosos mares. En fin, no podrá ser...

Vamos pues al asunto, pero antes, una aclaración. Ya he manifestado en otras ocasiones que soy partidario de la celebración de un referéndum en Cataluña, por qué razones, cómo pienso que debería llevarse a cabo y bajo qué condiciones, como expliqué en el artículo"El Referéndum como última oportunidad". No insistiré, pues, sobre este particular. Dicho esto, prosigamos.

La objeción fundamental que se me presenta consiste en señalar que, entre los ejemplos históricos que cito en apoyo de mis afirmaciones, omito cualquier mención al caso escocés, que, según mi amable interlocutor, en tanto que análogo y coetáneo del catalán, desbarata por sí mismo todo mi argumentario sobre contextos y correlaciones de fuerzas. Como es sabido, Escocia celebrará próximamente un referéndum para decidir si quiere separarse del Reino Unido.

Sin negar por completo mis consideraciones sobre la necesidad de complicidades de intereses externas, el referéndum escocés demostraría que tales condiciones son, en el mejor de los casos, suficientes, pero no, como yo afirmaba, «necesarias»; es decir, sine qua non. Porque basta que las partes directamente implicadas se pongan de acuerdo, sin necesidad de adentrarse en abstrusas elucubraciones sobre tramas internacionales de intereses y equilibrios de fuerza, y ya tenemos, si así lo deciden los escoceses, un nuevo país independiente. Lo único que se requiere, pues, en el caso catalán, es que España admita la celebración del referéndum, y punto. De modo que, menos teorización y más ir a lo práctico: el problema es el estado español.

Ciertamente, si el estado español se aviniera a la celebración de un referéndum, pues se vota como lo harán los escoceses, y a ver qué sale. Entonces sí, entiendo, nuestro caso sería análogo al escocés. Pero como no es así, la analogía se queda en meramente formal, que no material. Además, si no cité el caso escocés, fue porque di por supuestos ciertos condicionantes que, al parecer, no son del conocimiento de mi interlocutor. A saber: que España iba a decir que no, y que esta negativa se iba a hacer extensiva a toda nuestra Koiné. Fin del episodio; continuará el siglo que viene...

Es cierto que, formalmente, el caso escocés y el catalán guardan innegables analogías, y que el contexto, sobre el que tanto insistía yo, se antoja más o menos el mismo, bloque occidental, UE, OTAN, democracias parlamentarias, estado de derecho...-. Hasta aquí, de acuerdo. Pero se da la circunstancia que en un caso hay acuerdo entre las partes para la celebración de un referéndum, mientras que en el otro no. Y este no es un detalle anecdótico.

Y no lo es porque de él depende, por ejemplo(!), que de la misma manera que todo el mundo reconocerá a Escocia al día siguiente de su independencia, si en este sentido se pronunciaran los escoceses, no parece que una declaración unilateral de independencia catalana indujera a nadie, absolutamente a nadie, a reconocer el autoproclamado estado. Hasta puede que ni siquiera la propia Escocia, en virtud de los compromisos que, con toda seguridad, tendría que adquirir como Estado. La pregunta parece entonces obvia: o bien Escocia y Cataluña se encuentran en situaciones análogas que pueden resolverse por idénticos procedimientos, o aquí hay trampa. Y, efectivamente, hay trampa, pero de índole muy distinta a la que podría parecer a primera vista.

El error consiste en razonar que, ante situaciones análogas, si Gran Bretaña admite el referéndum, y España lo rechaza, el problema es España. Una inferencia que no digo que sea falsa, pero que se queda a medio camino. Porque una cosa es el condicional ("si..."), y otra el bicondicional ("si... y solo si..."), que en nuestro caso parece adecuarse más a la realidad. De modo que habrá que ir algo más allá para desentrañar la naturaleza de esta trampa, y averiguar quién nos la está tendiendo en realidad. De momento, tenemos que la falacia del razonamiento consiste en que la analogía entre Cataluña y Escocia es meramente formal, pero no material. Otra cosa sería entrar en las razones por que el Reino Unido ha admitido un referéndum en Escocia, mientras que España lo rechaza para Cataluña. Pero de eso ya hablaremos, si acaso, otro día.

Asumamos, de todas formas, que el problema es España, o el gobierno español. De acuerdo, ahora bien ¿Influye esta posición española en el contexto? ¿O se puede obviar, como piensa el Sr. Mas, convocando él mismo su astracanada de referéndum, sólo aceptada como legal por su propio "Consell de Garanties Estatutàries" y aun con exigua mayoría? Una noticia, la del dictamen de dicho organismo, que debería ruborizar a cualquier persona con un mínimo de vergüenza, pero que, muy al contrario, el impresentable número 2 de Artur Mas, Quico Homs, presenta como un gran éxito. ¿Se puede estar más fuera de la realidad? ¿Para quién es un problema que España sea el problema? ¿Quién tiene el problema en realidad? ¿El gobierno español o el catalán? 

Más bien parece que quien tenga el problema sea el gobierno catalán, porque esto le sitúa en una posición de debilidad extrema, si no de ridículo, cuando, dada la negativa española, al buscar aliados exteriores, en nuestra koiné y fuera de ella, no encuentran sino educadas evasivas, cuando no sonoras calabazas. Cada vez más de lo segundo que de lo primero. Y la diferencia no radica tanto en que el Reino Unido diga sí al referéndum y España que no, sino, y sobre todo, porque esto es lo que no nos dicen, en las respectivas posiciones que se desprenden de ello para Escocia y para Cataluña en su misma koiné. De fuerza y aceptación, en un caso, de debilidad y rechazo, en el otro. Está muy claro quién tiene el problema.

Y aquí empezamos a vislumbrar la verdadera naturaleza de la trampa y al trampero que nos la está tendiendo: que la negativa española va de soi es algo que el Sr. Mas y su cuadrilla tenían que saber de antemano, porque estaba cantado. Y que esto les pillaría a contrapié a la hora de recabar apoyos, ni más ni menos que en una confederación de estados como la UE, que haría inviable su estrategia en el status quo actual, también tenían que saberlo. O eso o son tontos de capirote. Y una estrategia se ha de basar en una lectura correcta de la realidad, no en los delirios resultantes de haberse llegado a creerse el éxito de la farsa que están representando desde hace años en su teatrillo local y con la «claca» comprada.

La pregunta entonces es la siguiente ¿A qué están jugando y a quién pretenden engañar CDC y ERC? Sin acuerdo con el gobierno español y sin apoyo alguno en el entorno de su propio contexto, sus posibilidades son, simplemente, cero. Seguir perseverando contumazmente en un proyecto fracasado de antemano no sólo es una estafa, sino que, además, denota una zafiedad digna de los escándalos que uno de sus más conspicuos miembros ha protagonizado recientemente. Sólo desde la más abyecta de las sirvengonzonerías puede alguien hacer confesión pública de sus pecados y, días después, como ha hecho Jordi Pujol, interponer una demanda judicial en Andorra con la única finalidad de entorpecer las gestiones judiciales que le investigan por el mismo delito que confesó. 

Es como confesar un pecado y asesinar al confesor a continuación, porque las indulgencias ofrecidas no cubren todo el purgatorio que el pecado requería. Y eso es lo que están haciendo, en su vertiente política, Artur Mas y los suyos: reconocer un problema que parece haber surgido por sorpresa en medio del camino, cuando sabían, o tenían que saber, no sólo que estaba allí desde un buen principio, sino que también carecían de medios para superarlo. Y que los errores se pagan. Sólo que, como Pujol, no quieren pagarlos ellos...

Esa es, y no otra, la trampa: el propio discurso independentista y su estrategia de pretender haberse visto sorprendidos en su buena fe ante la negativa del Estado al referéndum y, con todas las puertas cerradas, seguir avanzando hacia un callejón sin salida al que nos ha llevado su propia incompetencia y zafiedad. Porque la negativa española y sus repercusiones ante el establishment no podían ignorarlas ni obviarlas. Era su obligación como dirigentes.

El autismo político de que ha hecho y está haciendo gala el independentismo catalán, empezando por su propio presidente, es realmente aterrador. Toda su estrategia parte de la ficción de un constructo hecho a la medida de sus aspiraciones, complejos y delirios, no de sus posibilidades hoy por hoy. Y esto es grave, muy grave, y peligroso. Porque se sigue perseverando en este autismo, y seguimos enrareciendo y degradando la realidad. 

Cuando la realidad se degrada hace su aparición la farsa; tras ésta viene el esperpento. Hoy, la realidad catalana ha dejado atrás la farsa y es ya esperpéntica ¿Qué viene después?

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