dilluns, 3 de març del 2014

RUSIA Y LOS NUESTROS


Como ya indicó hace tiempo Pérez Reverte a raíz de la polémica que suscitó la película «300» -cuya segunda parte se estrena, si no recuerdo mal, este próximo viernes- y su supuesta incorrección política, que tantos sarpullidos levantó entre el buenismo biempensante, no deberíamos olvidar, se mire como se mire, que los griegos eran «los nuestros».

No creo que se trate de ninguna simplificación, sino, en todo caso, de una evidencia. Digo esto a modo de exordio antes de empezar una breve y modesta reflexión sobre lo que está pasando en Crimea, entre Rusia y Ucrania. No ignoro quienes son «los míos», o mejor «los nuestros», pero no creo tampoco que esto deba enturbiarnos el juicio. Así que allá va...

La asimetría con que desde siempre se ha juzgado a Rusia, con razón o sin ella, en eso no entro ahora, más bien me parece construida como legitimación de ciertos intereses, que no desde una más que dudosa convicción en los valores y libertades democráticas, desgraciadamente tan escasas por aquellos pagos. En otras palabras, pienso que a nuestros creadores de opinión les importa un higo que en Rusia o en Ucrania haya o no democracia. Ellos sabrán por qué...

No seré yo quien rompa una lanza en favor de Putin. A quien así lo interprete, ya le anticipo que se equivoca. Pero creo, aun así, que hay ciertas cuestiones que no deberíamos perder de vista, aunque sea sólo para constatarlas y poder hacernos una mínima composición de lugar.

Primera. La política exterior rusa no distingue entre zares, soviets y su actual y carnavalesca democracia.

Segunda. Desde siglos, Rusia pugnó por conseguir dos salidas marítimas, al Báltico por el norte y al Mediterráneo por el sur. Por el norte lo consiguió Pedro el grande al establecer allí su capital, San Petersburgo. Pero aquello en invierno se hiela. Luego vinieron las actuales y recientes repúblicas bálticas y, después de la segunda guerra mundial, la Prusia oriental alemana. Königsberg, la ciudad de Kant, es hoy Kaliningrado y pertenece a la Federación rusa.

La salida hacia el Mediterráneo fue a través del Mar Negro, y su base fundamental la península de Crimea, hoy territorio en disputa. Tras muchos avatares, el sueño de los zares lo realizó ni más ni menos que Stalin.

Tercera. La única vez que Rusia estuvo "bien vista" por Occidente fue cuando se involucró en la primera guerra mundial, con Francia e Inglaterra, contra Alemania, los malos por aquel entonces, impidiendo con ello una rápida victoria alemana que hubiera dejado al Káiser sin rival en el continente. El precio que pagó fue muy alto; millones de muertos y la revolución bolchevique. Lo de la segunda guerra mundial es otra historia...

Cuarta. Más que bien vista, Rusia fue menospreciada, mutilada, sañudamente humillada y puesta a subasta pública internacional tras el colapso de la URSS. Eran los tiempos de Yeltsin, cuando bombardeaba el parlamento con el aplauso de las democracias occidentales.

Quinta. Guste o no, Ucrania es una denominación genérica y geográfica, no política, donde se ha creado un estado que incorpora la antigua Galitzia -imperio austríaco en su momento- y una parte de la Rusia histórica. Kiev fue la tierra de los primeros zares -«zar» significa «césar», en ruso, al igual que «káiser», en alemán- y se la consideró «la tercera Roma», después de la misma Roma y Constantinopla -actual Estambul-, condición que perdió en favor de Moscú.

La creación de un estado ucraniano sólo se puede entender, como la de Bielorrusia, desde el contexto de los sucesos que llevaron a la implosión de la URSS, desde los planes de expansión alemanes o, también, como cordón «sanitario». Lo demás es filfa.

Sexta. Más allá de la controversia -lo admito- que pueda suscitar la anterior afirmación, lo cierto es que Crimea nunca perteneció a Ucrania, ni cuando ésta no existía, por razones obvias, ni cuando se constituye en república soviética. Fue Krushchov quien, en una noche de farra al borde del coma etílico, decidió escindir Crimea de Rusia e integrarla a Ucrania.

Séptima. El sentido y las convicciones democráticas, así como su tradición, brillan igualmente por su ausencia entre los dirigentes pro occidentales que entre los rusófilos. Pretender ver en unos los valores democráticos occidentales y en los otros el bigote de Stalin, es o capcioso o ingenuo.

Octava. Si algo demuestra lo que está pasando en Ucrania -y ojo a otros países del nuevo «cordón sanitario»- es que no se puede gobernar contra una «minoría» del treinta, del cuarenta o del cuarenta y nueve por ciento. Y esto es lo que ha estado sucediendo en Ucrania bajo cualquier gobierno, de cualquier color, desde su fundación.

Novena. No me cabe la menor duda de que Rusia no es lo que fue en cuanto a superpotencia, pero no es ni la Serbia de Milosevic ni el Irak de Saddam Hussein. No se la puede humillar así como así, sin más. Cerrar en falso ciertas cuestiones tiene este problema, acaban reapareciendo, si cabe más agravadas. Pasó en la «paz» de Versalles y está volviendo a pasar con la liquidación de la URSS.
Décima (y última, a modo de conclusión). Si Rusia y su pulsión expansionista representan realmente un peligro, que se diga claramente y por qué. Que se proceda a la partición de Ucrania o a lo que sea, pero por favor, que no nos vendan motos. Menos aún en nombre de la libertad y la democracia. No queremos motos «vendadas». Mucho me temo que "los nuestros" se están equivocando.

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