dilluns, 23 de desembre del 2013

QUO VADIS ESPAÑA? (MODERNIDAD, SECUESTRO Y TRANSMUTACIÓN) (II)


El nacionalismo español, y su idea asociada de España como nación política, surge inicialmente de círculos ilustrados minoritarios que, de una forma u otra, se inspiran en la tradición francesa, que están mirando hacia Europa, y cuya propuesta fundamental es la modernización del país y la superación del obscurantismo y su aislamiento secular. Fundacionalmente lo situaríamos en las Cortes de Cádiz que proclaman la Constitución de 1812, conocida también como "La Pepa".
Tal vez en este mismo momento fundacional se halle la causa intrínseca de su debilidad y posteriores avatares, hasta su secuestro y transmutación por parte de quienes, en su primer periodo, habían sido sus más feroces enemigos -legitimistas, absolutistas, dinásticos, carlistas...-. Aunque de cariz algo más moderado, su modelo era el francés. En este sentido, su puesta de largo fue en el momento histórico coyunturalmente hablando más desfavorable. Por un lado, la influencia de los ilustrados españoles entre una población atrasada y atenazada por la ignorancia y el fanatismo religioso era más bien escasa. A esto hay que añadirle que en los mismos momentos en que aparece, España está invadida por el ejército napoleónico y el sentimiento anti francés estaba en su punto álgido. Y todo lo liberal y modernizador, convenientemente demonizado, olía a francés.

El nuevo modelo de nación española se implanta en una ciudad asediada en medio de una guerra que había sido declarada  por un alcalde de pueblo contra el Imperio Francés y el gobierno de José I Bonaparte, en el cual habían abdicado Carlos IV, Fernando VII y Napoleón, en la parodia de Bayona. Técnicamente, sirvió para dar imagen de Estado a un bando atomizado, el de los españoles que luchaban contra los franceses. Pero su naturaleza liberal, ilustrada y parlamentaria no suscitó demasiados entusiasmos entre la población. Además, buena parte de su clientela potencial se encontraba en el bando de los afrancesados y el gobierno de Jose I. Por su parte, los sectores reaccionarios dejaron hacer, por el momento, a la espera de que todo volviera al estado original de cosas -el Ancien Régime- cuando regresara el rey legítimo, como así fue efectivamente.

La idea de nación política, entendida en el sentido del Estado-nación moderno que se iría abriendo paso a lo largo del siglo XIX en toda Europa, no es que anidara precisamente en las mentes de las oligarquías españolas, de la influyente Iglesia, de buena parte del ejército, de la mayor parte de la población -más proclive al "viva las caenas"-, ni, por supuesto, en las camarillas reales de favoritos y consejeros áulicos. Su clientela era escasa y constituida por ilustrados, una parte de la oficialidad del ejército y una clase social que todavía no existía propiamente entendida como tal, en dimensión suficiente como la había en otros países europeos. 

El nacionalismo español del primer momento, el liberal, ilustrado y modernizador, es el de los los Jovellanos, Riego, Torrijos, Mendizábal, Olózaga, Prim, Ruiz Zorrila, Pi y Margall, Salmerón o Castelar, así como algunos moderados pragmáticos; figuras que irán transcurriendo asincopadamente a lo largo de los tres primeros cuartos del convulso siglo XIX español. Y sus herederos legítimos serían los Azaña, Alcalá Zamora, Prieto, Negrín o Besteiro. Por su parte, los más acérrimos enemigos del concepto ilustrado de nación, ora políticos, ora espadones, son los Calomarde, Donoso, Narváez, Bravo Murillo, González Bravo... dinásticos en general, así como los latifundistas oligárquicos, los legitimistas carlistas, los absolutistas... sin más proyecto que el de salvar todo lo posible de los viejos privilegios y con un concepto de régimen carente de proyecto en el sentido nacional del término, sino más bien de grupo o facción. En definitiva, particularismo.




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