dimecres, 30 de gener del 2013

EL NACIONALISMO TRÁGICO III (Phantasmata Hispaniarum XIII)



No había en la Hispania del siglo VIII una unidad territorial que pueda ser considerada como tal.  Y ello no porque se pueda demostrar que en muchas ocasiones hubiera dos reyes, enfrentados o no entre ellos, sino porque los godos tenían un concepto étnico de la monarquía, no territorial. Si alguien podía tener en el siglo VIII un concepto territorial del poder era en todo caso la Iglesia Católica, no los visigodos. El rey lo era de los visigodos, no de las Españas o de Hispania. En todo caso, Hispania era el territorio donde estaban.

Estamos hablando de un pueblo históricamente nómada, que a lo largo de su existencia se instalará en distintos territorios, siempre según las circunstancias. Desde Escandinavia a Polonia y al Mar Negro, presionados por los hunos acabaron cruzando el Danubio y se adentraron en el imperio romano, de oriente primero, de occidente después. Camparon durante más de un siglo por el norte de Italia y por la Galia. Luego se instalaron en Tolosa, desde donde controlaban el sur de las Galias y la Tarraconense hispánica. ´Sus “capitales”, por decirlo de alguna manera, fueron sucesivamente Tolosa, Narbona, Barcelona y Toledo, donde se instalaron hacia el 550, más o menos, después de haber sido expulsados de las Galias por los francos -excepto de la Septimania, que llegaba hasta el Ródano-.

Tomando como referencia la última división administrativa romana, los godos controlaron unas tres cuartas partes de la Tarraconense y otro tanto de la Cartaginense, así como la mitad de la Lusitania y de la Bética. En la Galaica y norte de la Lusitania estaban los suevos; en la mitad mediterránea de la Bética y hasta el Levante, se asentaron los bizantinos; en la cornisa cantábrica estaban los vascones… 

En el mejor de los casos, estaríamos hablando de las dos terceras partes de la península. Y eso sin contemplar el más que dudoso control efectivo sobre muchas de estas zonas o de las ciudades de tradición romana, como Tarragona, Zaragoza, Mérida o Sevilla. Pensar en un concepto territorial de «nación goda» es un anacronismo, en todo caso se puede hablar del «pueblo godo». Sin perjuicio de su conversión al arrianismo, primero, y al catolicismo, después, ver Hispania como su «tierra prometida» es interpretar su odisea por Europa durante cinco siglos en términos bíblicos, algo a lo que más bien parece que eran bastante ajenos. No deja de ser curioso que en el momento que parece que han conseguido el control de casi todo el territorio peninsular, lleguen precisamente los árabes y les desplacen.

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