diumenge, 27 de gener del 2013

EL NACIONALISMO TRÁGICO II (Phantasmata Hispaniarum XII)



Porque no hemos de olvidar que, en un primer momento y más allá de los avatares por los que transcurrirá hasta acabar convertida en patrimonio de los reaccionarios, las primeras construcciones nacionalistas de la idea de España corresponden a los liberales. No será hasta bien avanzado el siglo XIX que la reacción ultramontana -clericaloide y frailuna- y el conservadurismo más moderado en general, entenderán los réditos que les podía reportar apropiarse de la idea de Nación -los tiempos lo exigían, además-, metamorfosearla debidamente y monopolizarla en exclusiva como grupos dominantes  Con ello estaríamos ya en la Restauración. Antes habían sido sus más acérrimos enemigos.


La idea romántica parte pues de un hecho trágico que trunca un proceso cuya recomposición llevará ocho siglos. De la unidad perdida con don Rodrigo hasta su recuperación con los Reyes Católicos. Y los casi ocho siglos que van entre uno y otro momentos, el proceso de recuperación de la unidad de destino. Huelga decir que esta construcción presenta tantos agujeros que hasta permite que cada cual se haga con ella un traje a medida, según le convenga. Pero en esencia, la idea es ésta.

Más allá de las interpretaciones, tanto cualitativas como cuantitativas, que cada cual hará de este periodo, nacionalismos periféricos incluidos, lo cierto es que hay, a mi entender, tres factores que parecen fundamentales que han de ser ineludiblemente contemplados si queremos entender mínimamente el proceso histórico y los condicionantes de los que parte, elucubraciones nacionalistas aparte.

Estos tres factores son los siguientes. Primero, no había en el siglo VIII en Hispania una unidad política territorial que pueda ser seriamente considerada como tal. Segundo, los Reyes Católicos no supusieron la recuperación ni la institución de la unidad peninsular referencial que se creía haber perdido, y ello no sólo porque dicha unidad imaginaria fuera una quimera, sino porque con los reyes católicos cada reino mantenía sus propias estructuras políticas y seguían siendo, de iure y de facto, reinos independientes entre sí. Tercero, a pesar de todo lo anterior, sí hay durante estos ochos siglos un sentido de común pertenencia entre los distintos reinos cristianos, pero está mucho más determinado por su compartido acervo cristiano que por su coexistencia en un espacio peninsular geográficamente determinado que se correspondía con la antigua Hispania romana.

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