dimecres, 9 de gener del 2013

EL ESTADO-NACIÓN HA MUERTO ¡VIVA LA NACIÓN!


No es que uno sea un devoto del Estado, no nos confundamos. Pero tampoco por ello se apuntará ahora entusiasta a su linchamiento. O a su entierro. Ha muerto la nación política y morirá con ella todo lo que acarreó desde la Ilustración, como el estado de derecho o el del bienestar. Los mercados pueden estar tranquilos. El único y menguante obstáculo que todavía podría resistírseles quedará definitivamente descatalogado en breve. Pronto los gobiernos de las nuevas naciones - gobiernos de naciones, no ya de Estados en el sentido que hasta ahora lo habíamos entendiro- no dictarán ya más leyes que aquellas que suponía Kant que debería tener incluso una república de diablos.

Desengañémonos. El Estado-nación desaparece pase lo que pase con el proceso independentista catalán. Y desaparecerá de la mano de gobiernos fantoches y liliputizados, eso sí, tanto si hay independencia de Cataluña como si no ; tanto en un lado como en el otro, si la hay; en ambos como una única estafa, en lugar de dos, si no la hay. Lo mismo bajo cualesquiera supuestos.

La verdad, nada más penoso que observar a las manadas de infelices que claman contra el Estado-nación opresor sin saber que son el simple instrumento de un proceso en el que les han asignado el papel de carne de cañón. Porque el déficit fiscal que ciertamente padece Cataluña -que no es ni el aireado por el gobierno catalán, ni el "negado" hipócritamente por esta fábrica de independentistas que es el gobierno español, sino un "justo término medio"- tampoco irá a parar a las arcas de la nueva Cataluña, sino a las cuenta de beneficios de los mismos de siempre. Conociendo el percal, hay que ser pardillo para no verlo...

Porque la desaparición del Estado-nación no será, como piensan algunos ingenuos, la desaparición de los ejércitos y las policías. Todo lo contrario, estas serán precisamente las instituciones del viejo Estado que pervivirán, debidamente enfatizadas sus funciones de garantizar una estabilidad que los nuevos gobernantes se esforzarán en presentar para resultarles atractivos a los "mercados". Eso que antes se llamaba "represión". En la teología nacional-economicista todo vale.

Porque está decidido. Lo que sí desaparecerá, en cambio, es el sistema público de pensiones, la sanidad pública, el servicio y suministro público de agua y energía, los transportes públicos, el seguro público de desempleo, la enseñanza pública, el horario laboral regulado públicamente, el seguro de enfermedad... Y también desaparecerá el muy remoto riesgo -aquí desde siempre prácticamente inexistente- de que un banquero corrupto que  ha estafado con un fondo de pensiones  vaya a la cárcel.

Lo dicho, las leyes que hasta una república de diablos debería tener. Y nada más ¿O no lo estamos viendo ya? ¿Hay algo de lo citado anteriormente que no esté ocurriendo ya y que no le estén poniendo manos a la obra con auténtico ensañamiento los nacionalistas catalanes, los nacionalistas vascos o los nacionalistas españoles?

Como mínimo algo de bueno tendrá el nuevo escenario. Será la confirmación de la tesis leninista según la cual los gobiernos son lacayos al servicio del gran capital y sus capataces. Pero no quedará nadie para entenderlo...


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